Me habían contado que con la ayahuasca la mente se traslada a sitios inimaginables. Que los ojos del alma se abren y ves cosas realmente alucinantes. Que los sentidos se alteran. Que en determinados casos el espíritu se desprende del cuerpo como si se despojara de un traje incómodo. Hasta que puedes transportarte a otros tiempos, lejanos o futuros.
Cada vez que escuchaba algo nuevo las ganas por experimentar se hacían más intensas. Tuvo que pasar varios años hasta que finalmente tome la decisión, y mientras indagaba cuál era más conveniente y sin saber cómo, llegué a un lugar que ofrecía “Experiencia mística con el Ayahuasca, había llegado el momento y debía tomarlo, indagué lo mejor que pude si era algo serio y me tiré a la aventura. Así comienza este gran viaje. Me preparé física, mental y espiritualmente un par de semanas antes. Dieta, limpieza, mucha meditación y tratar de aquietar, dentro de lo posible, ese mar de emociones en las que nos movemos día a día los seres humanos.
Partimos desde Pucallpa un sábado por la mañana con destino a Honoria, pequeño poblado a orillas del gran rio por el cual nos encaminaríamos a nuestro destino. Nos embarcamos en un bote de madera con varios turistas entre ellos un muchacho de la filarmónica de Austria, un violinista que nos deleitó con algunas piezas de selección en medio de la selva. Después de navegar 30 minutos, nos adentramos por una pequeña quebrada rodeada de exuberante naturaleza, el agua se tornó tibia y a medida que avanzábamos la temperatura iba subiendo cada vez más. Llegó un momento en que ya no podías meter tu mano. Haciendo malabares para no chocar con los árboles, el motorista de nuestro bote logró avanzar bastante, llegamos a un recoveco donde ya no se podía seguir adelante.
Continuamos a pie, el camino era muy angosto, el calor insoportable, la humedad apretaba tu garganta y los mosquitos comenzaron a hacerse sentir. Después de una hora caminando vislumbramos un enorme brazo de un río que desprendía muchísimo vapor. Cruzamos el pequeño puente formado con dos palos improvisados y pequeñas piedras, al otro lado nos esperaban nuestros anfitriones; el Chaman, un hombre de cuarenta y ocho años. Nos ofrecieron una infusión con hierbas para refrescarnos, sacamos algunas frutas de una fuente que estaba sobre la mesa y seguidamente nos llevaron a nuestras “habitaciones”. Acomodé mis cosas y luego volvimos para cenar, sería nuestra última cena con algo de verduras, después de eso y por cinco días nuestro único alimento sería arroz blanco cocido sin sal y plátano asado.
Podría contar muchos detalles que sucedieron, días en que nos sumergían en “limpias”, podría contarles también de cómo es dormir rodeado de murciélagos, algunas arañas y muchos zancudos. Pero curiosamente aprendes a verlos de una manera distinta. Tú estás invadiendo su territorio, los ves caminar apresurados por el piso de tu “habitación” como si llevarán prisa por llegar a su destino, o a los murciélagos colgando de sus patitas y siempre en parejas, no sé, es como si todo tuviera una significación distinta, un valor agregado que los hace casi simpáticos o amistosos. También podría contarles de un pájaro que imita a más de veinte aves y con sus sonidos rompe el amanecer pareciendo que estas en otro mundo.
Disfrutas de una pequeña poza de agua tibia (parte de una saliente del río que dicho sea de paso, es un río que se forma de aguas termales) como si fuera el mejor jacuzzi que te podían obsequiar y mientas estas en esas aguas levantas la cabeza y un cielo como pocos se abre ante ti, donde millones de estrellas, te dejas llevar por los sonidos más increíbles que jamás escuchaste, donde sientes que cientos de ojos están posados en ti. Por momentos llegas a pensar que tal vez podrías vivir para siempre ahí, y ser feliz, no esperar nada más que anidarte en paz en el corazón de esa tierra.
Sí, podría decirles eso y muchas cosas más pero creo que lo medular de esta crónica es la Ayahuasca, por lo que vamos para allá.
El momento llegó
Al fin. La tan ansiada hora llegó. La hora de reunión era a las 8 de la noche. El cielo estaba totalmente nublado, la única luz que iluminaba era una vela que estaba en el centro de maloca. Era un cuarto amplio y redondo, con el techo alto, con forma de cono. Cada uno en silencio se dispuso en círculo, separados unos de otros por un metro más o menos, al lado de cada colchoneta había un recipiente, sería en caso de que necesitáramos vomitar. En esa ceremonia participaron también dos de los hermanos del Chaman y su mujer, “Aymé”, ella y el chamán serían los que cantarían los Icaros, cantos que deben acompañar siempre la ceremonia de Ayahuasca. Son cantos melodiosos, con letras inherentes a la planta y sus propiedades curativas o visionarias, son realmente curioso, cuando comienzas a escucharlos, es como si alguien te tomara de la mano y comenzara a elevarte junto a notas que tienen como destino el color y un universo sin límites.
Me puse frente al chaman que nos iba llamando uno por uno, el prendió un mapacho, “sopló” y luego vertió el líquido en una hermosa copa de madera, era espeso y gelatinoso. Cuando lo tomé quería escupirlo, cerré los ojos, traté de sentir toda la solemnidad que pude ante algo que había esperado probar con tanta ansiedad y al mismo tiempo que mi cuerpo rechazaba absolutamente. Pasó por mi garganta como una bola de fuego hasta quedar suspendido en alguna parte desconocida de mi estómago.
Todos siguieron en silencio. Al cabo de diez minutos vino mi primer pensamiento; “Esto no me hizo nada, ¿tendré algo que no me pasa nada?”, ¿qué hay de malo en mí? al segundo siguiente me desplomé como un saco de papas y el viaje comenzó. Lo que yo vi es muy personal, supe que todos tienen experiencias distintas, unos ven una cosa, viven el viaje de una manera y otros totalmente distinta, por lo que lo que les contaré no tiene por qué ser lo mismo a lo que tal vez algunos de ustedes podrían vivir o ya han vivido. Pero ahí va.
El calor era intenso, mi cuerpo comenzó a pulsar, mis brazos, mi corazón, mis piernas, estomago, rostro, toda yo pulsaba, todos mis átomos estaban acelerándose, expandiéndose, traté de abrir los ojos pero no pude. Comenzaron los colores, todo era de colores extremadamente vivos, fucsia, rosado, amarillo. Era un gran caleidoscopio que jugaba sobre mí a inventar nuevas formas. Enseguida aparecieron unas serpientes, eran muchas de los más variados verdes, unas más claras, otras más intensas, eran brillantes. No sentía miedo o aversión, solo observaba como todo se movía a mi alrededor.
De pronto cierro los ojos por un segundo y al abrirlos fue como si de repente estuviera en otro sitio. Veía con claridad a las personas y objetos que me rodeaban, pero era como si ellos fueran de fantasía.
Los sentidos se alteraron por completo. Cada olor, color, movimiento, sonido, hasta el más leve susurro eran profundos. No miento. Pude sentir cómo la sangre recorría por mis venas mientras el corazón retumbaba.
Fue tan extraño y al mismo tiempo tan familiar, que si bien una pequeña parte de mi conciencia sabía que era el efecto de la ayahuasca, el resto de mí ser lo asimilaba como una sensación natural.
El choque del agua con las piedras se volvió electrizante. Giré levemente la cabeza hacia la derecha para oír mejor. Puedo decir que era como si el río me estuviera hablando. Mientras tanto a mi mente vinieron recuerdos que había olvidado de cuando fui niño y adolescente. Aunque parezca absurdo, eso me permitió entender muchas cosas del presente.
Recordé aquello que era bueno si se vomita y traté que mi organismo respondiera de esa manera, pero no podía forzarlo. “Todo debe ser natural”, me expresó Aime.
Alguien del grupo gritó y mi atención se dirigió a otra parte. Como no pude ver quién lo hizo, mis ojos comenzaron a divagar intentando buscar un punto fijo. Y ahí fue cuando tuve la visión. Rocas y plantas repentinamente se transformaron en un león enorme. Podía ver sus colmillos. Parecía tan real que por más que agitaba la cabeza y cerraba los párpados con fuerza no se esfumaba. Estaba ahí viéndome directamente a los ojos.
Juro que lo escuché rugir. Era increíble. Hasta me llamó: “Ven”, me dijo con una voz grave. Cuando me iba a levantar Aime se acercó y me detuvo. “No le haga caso. No vayas. Solo véale, pero no le siga. Luego se nos pierde”, agregó.
Fue entonces cuando el estómago se revolvió. Las náuseas eran inevitables. El cuerpo se me estremeció y no tuve más que expulsar todo. La sensación fue extrema, como si me arrancaran todo, pero al final sentí alivio. Era verdad: las malas energías se fueron. Vino la paz. No exagero. Parecía como si todo ese tiempo estuviera cargando pesados costales llenos de piedras.
Luego tuve un par de visiones más similares a la anterior. Eran felinos. Hasta apareció un lobo tomando agua del río, obedeciendo a lo que le decía.
Más adelante el chamán nos explicó que le hablaban a mi espíritus, porque a veces cuando se desprende del cuerpo suele adoptar otras personalidades y se queda vagando en el ambiente. “Por eso siempre hay que saber si es usted u otra persona”, me aclaró.
Después de todo lo experimentado el resultado fue que en realidad se alcanza la tranquilidad interior. Por increíble que parezca, ese único bocado me permitió explorar mi alma.
Eso sí. La ayahuasca no es una bebida que puede tomarse cuándo y como sea. Siempre debe contar con la guía de un experto que conduzca el viaje y explique lo que está sucediendo.
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